Una vez, cuando era niña y recién comenzaba a estudiar en un colegio fuera del campo de refugiados en donde nació y creció, una mujer alzó la voz para decirle a Apat que se fuera de ahí, que regresara a su país, que ella no pertenecía a ese lugar. La niña se estremeció, sintió miedo y dolor y lloró en silencio, sin decirle nada a nadie. “Qué hice yo para merecer esto”, se preguntó muchas veces, mientras sus compañeras de clase seguían los pasos de la mujer y reafirmaban un estatus que ella no escogió pero que de todas formas la definía: ser refugiada.
Apat Bul Kiir Aguer (Promoción 2027, Sudán del Sur), nació en Kakuma, uno de los campos de refugiados más grandes de África Subsahariana, ubicado en Kenia. Apat sabe poco de la historia de su madre, quien huyó del conflicto armado en el que Sudán del Sur apenas comenzaba a tomar forma como república independiente. Apat dice que su madre habla poco de ese tiempo porque no quiere volver a abrir una herida que todavía le duele y que por eso, ella ha reconstruido su propia historia aprendiendo sobre los conflictos de un país en el que nunca ha estado pero al que de todas formas reconoce como suyo. Suyo como cuando la gente dice “mi país” para referirse a un territorio que les pertenece, un territorio que es su casa. Los refugiados, dicen, no tienen eso, pero aclara: “es por las circunstancias, nadie elige el estatus de refugiado por decisión propia”.
Apat se crio en Kakuma, un espacio en el que habitan cerca de 200 mil personas que huyeron de la violencia, la pobreza y las guerras. Conoció el hambre siendo muy pequeña, viendo como su madre y otras mujeres aprendían a racionar las pequeñas porciones de alimentos que recibían de distintas organizaciones. Supo que la violencia era tangible escuchando las historias de familias que lo perdieron todo con tal de salvarse. Supo, gracias a su madre, que la educación era la única puerta para mejorar su condición de vida y desde entonces, Apat ha luchado por conseguir oportunidades que le permitiesen educarse y crecer.
Por eso está en EARTH. Desde que supo de la Universidad depositó todo su esfuerzo y su esperanza en el proceso de admisión. El día que recibió la llamada en la que le anunciaban que había sido admitida con el apoyo del Programa de Becas de Mastercard Foundation, supo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Apat celebró este logro con su madre, propulsora de que ella y sus hermanos tengan acceso a oportunidades que les permitan alcanzar sus sueños y construir un futuro digno.
Antes de viajar, Apat tuvo que hacer un gran esfuerzo por conseguir un pasaporte de refugiados, un documento especial que tiene una portada color turquesa, sin banderas ni escudos, con el nombre del país de acogida, y que le permite a las personas refugiadas libertad de movimiento a nivel global, regular su situación migratoria, obtener una cuenta bancaria, aplicar por la reunificación familiar, entre otros. Muchas personas como Apat pierden oportunidades de crecimiento por las complicaciones que se presentan cuando existe tan poco registro legal sobre la existencia y el estatus migratorio de quienes son forzados a huir de su país, y comenzar desde cero en otro lugar.
Cuando Apat resolvió el trámite de su pasaporte, viajó a Costa Rica, aprendió a hablar español en muy poco tiempo y comenzó a dibujar frente a ella un nuevo mundo de posibilidades. Se ve a sí misma en unos años, regresando a Kakuma para implementar un sistema de agricultura comunitaria que le permita a las familias sembrar y cosechar sus propios alimentos. Se ve a sí misma creando espacios de desarrollo social en el que niños y jóvenes tengan acceso a mejores oportunidades educativas y a redes de apoyo en los que puedan hablar de su salud mental. Se ve replicando modelos de desarrollo comunitario como los que está conociendo en EARTH para que más jóvenes se conviertan en líderes de cambio.
La seguridad alimentaria es la principal meta de Apat. Conoce historias de mujeres de Kakuma que se han quitado la vida por la desesperación de no poder alimentar a sus hijos. Y sabe con certeza que ninguna de esas mujeres tomó una decisión de esa magnitud a la ligera. Quiere ser parte de la solución, quiere empaparse de conocimientos y herramientas para poder generar cambios reales en una comunidad tan vulnerable.
“Ser refugiado es algo que la gente debería entender: no elegimos serlo. Ocurren circunstancias, conflictos, desastres naturales. Y es duro. Es una vida que te obliga a ser fuerte y resiliente”. Por eso, para Apat es importante contar su historia para visibilizar la realidad de miles de personas. Y ella ya no guarda silencio ni siente miedo. Alza su voz para decirle al mundo que tiene derecho a pertenecer a cualquier lugar en el que vea un presente y un futuro, cualquier lugar al que pueda llamar su casa.